LA MILITARIZACIÓN IMPOSIBLE DEL ALMA POPULAR
Carlos Ochoa
El desfile cívico militar del 19 de abril, hay que entenderlo como la profundización de la triada caudillo-ejercito-pueblo, ideada por el argentino Norberto Ceresole para mantener en el poder indefinidamente a Hugo Chávez. En el desarrollo de este esquema se hace imprescindible la militarización de la historia patria, es por ello que las acciones protagonizadas por civiles como el movimiento del 19 de abril de 1810, son convertidas por la retórica revolucionaria en acontecimientos militares, desconociendo el carácter cívico que las gestó y les dio significación histórica.
Pero, más allá de la militarización de la historia nacional, hay una intención de militarizarlo todo. Un ejemplo concreto, es la reciente creación de las guerrillas estudiantiles que prontamente han disparado las alarmas en la sociedad civil. Otro ejemplo de intento de militarización, lo observamos en el desfile del 19 de abril en el paseo militar de “Los Próceres”, allí, se reunió a importantes grupos folklóricos de distintos puntos de la geografía nacional, con el objetivo de fusionar sus expresiones culturales a la revolución bolivariana. El propio Chávez expresó en el cierre del desfile, la necesidad de la revolución de conectarse con el alma profunda del pueblo.
Pero esto no es tan fácil, la intención de militarizar el alma popular venezolana choca con una pared sólida, construida por la tradición particular de la religiosidad popular de cada región. Lamentablemente esta vez, no pudo ser apreciada la belleza, la originalidad y la pureza del sentir profundo del pueblo en todo su esplendor, debido a que las expresiones de religiosidad popular que le son propias al folklore, fueron descontextualizadas en el escenario militar de “Los Próceres”.
Muy distinta fue la experiencia de 1948, cuando el poeta Juan Liscano organizó con motivo de la toma presidencial del primer presidente civil del siglo XX, el escritor y educador Rómulo Gallegos, el primer encuentro de grupos folklóricos del país. Liscano y un equipo del Servicio de Investigaciones Folklóricas que el mismo fundó en 1946, presentaron en el “Nuevo Circo” de Caracas, para asombro y disfrute de los caraqueños, un festival de tradiciones, que permitió el intercambio cultural popular en un país que no se reconocía a si mismo. Por vez primera los tambores de la costa de Miranda escucharon y disfrutaron del Tamunangue larense, y los diablos de Yare conocieron las tonadas de ordeño y el canto oriental. El Festival de Tradiciones de 1948, considerado por Mariano Picón Salas como “el descubrimiento espiritual de Venezuela”, es un buen ejemplo de cómo el estado puede abordar la diversidad folklórica con un propósito de unidad superior: la unidad de la nación venezolana.